Por
Yesidt Pabuence
En el
municipio antioqueño de Santa Rosa de Osos, en el año 1883 del mes de junio a
los 29 días el Presbítero Francisco Antonio Montoya, bautiza al niño Miguel
Ángel, hijo legítimo de Antonio María Osorio y Pastora Benítez. Hoy conocido
como Ricardo Arenales, Maín o su seudónimo más celebrado Porfirio Barba-Jacob.
Distinguir
la vida del escritor y el creador son unos de los intereses más relevantes en
el descubrimiento de una obra por parte de un biógrafo. Nuestro poeta indomable
es un perfecto ejemplo dentro del mundo literario. Leyenda, mito o casualidad;
“configurar la leyenda: marihunado, sifilítico, adicto al alcohol, pregonero de
su homosexualidad (…) fue el primer interesado en sublimar sus vicios, su
arrecia y vida bohemia. Quiso encarar el mito romántico del poeta maldito y
exaltó después de su obra el carácter ´satánico´ de su vida y su poesía. Muchos
fueron los acogieron esa imagen suya y la consideraron auténtica. Otros -entre
ellos Laureano Gómez, con el seudónimo de Jacinto Ventura -lo atacaron
acremente con argumentos morales; la crítica de hoy tiende a mirar esos
calificativos que él mismo propició con una sonrisa entre benevolente y
sarcástica como anacrónica o decadente”[1].
juzgado por estar en los lugares indicados o por incomodar donde no se debe
estar, fue parte ferviente de la obra de este poeta prolijo.
Porfirio Barba-Jacob Foto
El Tiempo, archivo.
“Ese
hombre de figura enigmática, no muy alta, delgada, fea, con el cuello, los
brazos, las manos y las piernas excesivamente largos; de piel morena, pálido,
con un perfil de rasgos judíos, frente despejada y nariz aguileña. Y ese rostro
alargado en marcado por el cabello negro y lacio con un mechón que caía sobre
sus oscuros ojos. (…) siempre solitario,
agitado, retraído, siempre amando la vida, pero en medio de blasfemias casi
delirantes en contra de la idea de la muerte”[2]. Reconoció que se parecía
a un caballo, amante de los poemas de Rubén Darío, amigo de Federico García
Lorca y de su compatriota Rafael Maya que 20 años después le haría un homenaje
en el Teatro Colón de Bogotá, y dos noches dormiría en la calle como un
pordiosero. Huyó de su patria para no volver sino en un cajón que trajo sus
cenizas y fuera ovacionado por toda Colombia como uno de los poetas más
influyentes en la lengua española.
En
Ciudad de México en 1942, en la ruindad humana que produce la soledad en un
hospital, donde venía siendo tratado de la sífilis y una tuberculosis que lo
acompañó más de 10 años. Esperando como en la novela del Coronel no tiene quien le escriba, del Nobel que admiró su obra,
una suma de $ 5.000 por parte del gobierno colombiano, para llevarlo de
regreso a su patria, Ley 49 del 6 de octubre de 1941 “la compañía Pan
American se negó a transportarme al enterarse que padecía de tuberculosis, y no
fue posible que la Embajada del Ministerio de Relaciones Exteriores aceptara la
propuesta de entregarme el dinero para sufragar los fuertes gastos, que
demandaba mi enfermedad, ya que me veía obligado a permanecer en México. La
petición fue negada con el argumento de que estos dineros estaban destinados a
llevarme de regreso a Colombia y para emplearlos en otra forma hubiera sido
necesario modificar la ley y esto era algo que no podían hacer”[3]
Momento
Yo
fuerte, yo exaltado, yo anhelante,
opreso
en la urna del día,
engrido
en mi corazón,
ebrio
de mi fantasía,
y la
eternidad adelante…
adelante…
adelante…
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