martes, 8 de agosto de 2017

A especie de comentario

Por Yesidt Pabuence

En el municipio antioqueño de Santa Rosa de Osos, en el año 1883 del mes de junio a los 29 días el Presbítero Francisco Antonio Montoya, bautiza al niño Miguel Ángel, hijo legítimo de Antonio María Osorio y Pastora Benítez. Hoy conocido como Ricardo Arenales, Maín o su seudónimo más celebrado Porfirio Barba-Jacob.
Distinguir la vida del escritor y el creador son unos de los intereses más relevantes en el descubrimiento de una obra por parte de un biógrafo. Nuestro poeta indomable es un perfecto ejemplo dentro del mundo literario. Leyenda, mito o casualidad; “configurar la leyenda: marihunado, sifilítico, adicto al alcohol, pregonero de su homosexualidad (…) fue el primer interesado en sublimar sus vicios, su arrecia y vida bohemia. Quiso encarar el mito romántico del poeta maldito y exaltó después de su obra el carácter ´satánico´ de su vida y su poesía. Muchos fueron los acogieron esa imagen suya y la consideraron auténtica. Otros -entre ellos Laureano Gómez, con el seudónimo de Jacinto Ventura -lo atacaron acremente con argumentos morales; la crítica de hoy tiende a mirar esos calificativos que él mismo propició con una sonrisa entre benevolente y sarcástica como anacrónica o decadente”[1]. juzgado por estar en los lugares indicados o por incomodar donde no se debe estar, fue parte ferviente de la obra de este poeta prolijo.

                                    Porfirio Barba-Jacob  Foto El Tiempo, archivo.

“Ese hombre de figura enigmática, no muy alta, delgada, fea, con el cuello, los brazos, las manos y las piernas excesivamente largos; de piel morena, pálido, con un perfil de rasgos judíos, frente despejada y nariz aguileña. Y ese rostro alargado en marcado por el cabello negro y lacio con un mechón que caía sobre sus oscuros ojos. (…)  siempre solitario, agitado, retraído, siempre amando la vida, pero en medio de blasfemias casi delirantes en contra de la idea de la muerte”[2]. Reconoció que se parecía a un caballo, amante de los poemas de Rubén Darío, amigo de Federico García Lorca y de su compatriota Rafael Maya que 20 años después le haría un homenaje en el Teatro Colón de Bogotá, y dos noches dormiría en la calle como un pordiosero. Huyó de su patria para no volver sino en un cajón que trajo sus cenizas y fuera ovacionado por toda Colombia como uno de los poetas más influyentes en la lengua española.
En Ciudad de México en 1942, en la ruindad humana que produce la soledad en un hospital, donde venía siendo tratado de la sífilis y una tuberculosis que lo acompañó más de 10 años. Esperando como en la novela del Coronel no tiene quien le escriba, del Nobel que admiró su obra, una suma de $ 5.000 por parte del gobierno colombiano, para  llevarlo de  regreso a su patria, Ley 49 del 6 de octubre de 1941 “la compañía Pan American se negó a transportarme al enterarse que padecía de tuberculosis, y no fue posible que la Embajada del Ministerio de Relaciones Exteriores aceptara la propuesta de entregarme el dinero para sufragar los fuertes gastos, que demandaba mi enfermedad, ya que me veía obligado a permanecer en México. La petición fue negada con el argumento de que estos dineros estaban destinados a llevarme de regreso a Colombia y para emplearlos en otra forma hubiera sido necesario modificar la ley y esto era algo que no podían hacer”[3]

Momento
Yo fuerte, yo exaltado, yo anhelante,
opreso en la urna del día,
engrido en mi corazón,
ebrio de mi fantasía,
y la eternidad adelante…
                                    adelante…
                                                  adelante…





[1] Bonnett, Piedad: Poesía Completa Porfirio Barba Jacob, El Áncora Editores, 2012, pag 13.
[2] Op cit: p16
[3] Cuberos de Valencia, Beatriz: Porfirio Barba Jacob, Procultura S.A, 1989, pag 22.

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