Desde el PPP de Alcázares nos recomiendan:
Primero estaba el mar
Juan David Rincón Huertas
Promotor de lectura PPP Alcázares.
Autor: Tomás González
Editorial: Norma
Año: 2006
Género: Novela
“Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas. El mar estaba en todas partes. El mar era la madre. La madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era el espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria”. Así empieza esta novela. Con una pequeña pizca de la filosofía de los indígenas Koguis que es a la vez un gran y potente relato de su cosmología. La historia comienza con el mar, destino de hombres y tragedias.
Allí, a la orilla del mar en el Caribe colombiano, llegarán J. y Elena una pareja que vive en medio de un amor desafortunado, que huye de fantasmas ajenos e internos y que decide retirarse a una vida bohemia en una finca frente al mar. Tomás González hace de este libro un partícipe más de su literatura de tragedias de personajes comunes con historias colosales. Tanto J. como Elena son prototipos de individuos sin atributos extraordinarios. Eso sí, llevan en sus manos sus propias batallas y enfrentarán sus destinos fatídicos porque la desgracia, una vez se encuentra con los personajes, no los abandona.
En medio de un relato de ágil movimiento, de estructuras breves, de amena prosa, el mar viene a ser un protagonista de gran fuerza. Tenemos a los dos personajes centrales que se nos van descubriendo en la lectura por medio de la combustión de sus caracteres, más que por descripciones -de las que Tomás Gonzáles siempre parece rehuir. De esta forma tenemos un contacto vedado con J. y Elena, que poco a poco van emergiendo en medio de su paraíso maldito de juerga, peleas y sexo. Él es un hombre emprendedor, culto, egresado de una facultad de filosofía y letras, pero a la vez es un borracho, un infiel, un hombre de temperamento voluble, una figura que se mueve fácilmente en la ambivalencia del héroe y el antihéroe. Ella, Elena, es una mujer bella, con menores ínfulas intelectuales de su pareja (por ejemplo, subraya las palabras desconocidas de sus lecturas, palabras que terminan siendo muchas), dedicada al servicio de su hogar, estricta, desconfiada con sus empleados y con quienes la rodean; apegada a un sufrimiento silencioso, distante, encubierto con el frenesí de sus ocupaciones.
Para completar una triada está el mar, que en realidad se presenta anterior a todo, primero está el mar. Pero el mar se convierte en algo más que simple paisaje de fondo para la felicidad de la pareja, sentimiento vano que se evapora en medio del calor y que discurre con la lluvia. El mar pasa a ser, entonces, imán de atracción, de seducción para las conciencias de los personajes, en especial de J. (mezcla de Jimmy Hendrix y algún personaje de La vorágine) que se siente cautivado en su Edén lejano a pesar de las dificultades económicas que le representará la finca. Por último, el mar empieza a ser una constatación de la derrota de las ilusiones elevadas de los dos, de ellos que precisamente esperaban encontrar, en el mar, la salvación.
Si una especie de subrepticio infortunio da inicio a los hechos, el final también tendrá finales desoladores. Ya que la vida misma es así, llena de altibajos y penurias que se esconden tras la breve y caprichosa felicidad y saltan a la vista al final de todo. En el caso de J. el infortunio llegará en forma de soledad y luego camuflada en la figura de Octavio, el nuevo administrador de su finca.
“Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro. No había sol, ni luna, ni gente, ni animales, ni plantas. El mar estaba en todas partes. El mar era la madre. La madre no era gente, ni nada, ni cosa alguna. Ella era el espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria”. Tal como empieza, también acaba la historia. Con esto, el escritor antioqueño nos demuestra que todo vuelve a su interminable inicio, donde no había hombres, pero el mar si estaba y lo era todo.
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