Radiografía de una lectora
"Sin
bibliotecas, ¿qué nos quedaría?
No tendríamos pasado ni futuro"
Ray Bradbury
Por Andrea Gutiérrez Velandia
Usuaria Bibloestación Portal 20 de Julio.
Paul
Klee
fue el primer libro que tomé prestado de la bibloestación del portal 20 de
Julio. Una tarde al llegar de la universidad me fijé en la bibloestación, sentí
curiosidad y me acerqué a preguntar con deseo de encontrar algo que se acercara
a mis intereses. El chico que atendía me dijo que debía llenar el formulario y
esperar, así fue, en menos de 15 días ya me encontraba afiliada. Pasó mucho
tiempo, quizá cuatro meses, sin que fuese por otro libro pues me acercaba a solicitar
libros que requería para la universidad. Poco a poco el espectro se amplió
gracias a las recomendaciones de Wilson y a ese pequeño lugar que tiene una muy
cuidadosa colección.
Empecé
a ir de manera más constante, terminaba un libro, empezaba otro, terminaba otro
con ilustraciones bellas y a manera de juego solicitaba uno más. Empecé a
sentir que nunca había leído, que no sabía leer, que nunca supe que era la
poesía porque las imágenes se encontraban detenidas, muertas, nulas. La palabra
para mí había perdido valor de sustancia, de ánimo para mi ser, por el deceso
abrupto de un ser amado, mi hermana del alma, prima de carne. Sin embargo, en las
palabras de Gérard de Nerval y Federico García Lorca encontré estímulo, y mi soledad se disipó, sentí
comunión con otros seres que, a partir de su dolor, de su miedo a la vida
misma, de su corazón a pulso, sus letras se tornaban tórridas. Las palabras,
aquellas que habían perdido color y fuerza, empezaron a parirse desde mis
entrañas fuertemente: poesía, miedo, muerte, soledad, carne y amor. Estás
palabras de alguna manera resonaban dentro y fuera del Portal 20 de Julio.
La
ubicación de la bibloestación es estratégica pues la mayoría de sus usuarios
usamos Transmilenio como medio de transporte. Sin embargo, a pesar de que la
bibloestación se encuentra como en una especie de torre de marfil, muchos no la
ven porque lo único que llevan en su cuerpo y mente es una carrera dirigida
hacía el alimentador. Allí me encontré con Wilson quien es una persona cálida,
con una conversación que teje sensaciones y conocimiento cuyo aporte va mucho
más allá de la entrega de un libro.
“Putas asesinas”
me acompañó por 20 días en los que encontré cotidianidad, evocando los paseos
familiares, encontrando una generación con un cuerpo social cansado, un cuerpo
vacío que se llena con la televisión, la abundancia de la publicidad, el
bombardeo de imágenes saturadas de mentira y de necesidades innecesarias.
Existe
una influencia cultural por los años 1960 manifiesta en la televisión. El deseo no se ve reflejado en el arte, sino en
las necesidades o la producción masiva del “deseo” a través de productos para estar
mejor o ser “feliz”. Una mujer encuentra en la televisión el prototipo aún
patriarcal de su príncipe azul, ligado claro a la producción en serie que los
años posteriores a la primera guerra mundial atomizó. Un príncipe azul que le protegerá
de todos los daños y perjuicios de una sociedad acelerada y descontenta. En “Putas asesinas” encontré muchas
imágenes de la TV, que han acompañado nuestras familias, nuestras vidas, e
incluso lo más íntimo de los seres.
Es
interesante visualizar cómo a través de la televisión una mujer siente que
puede hacer real su imaginario, hasta lo más íntimo de su ser, observando a un
tipo con cuerpo bello y ojos sin profundidad, (sin futuro), porque nada
es profundo y todo está vacío, un hombre que puede hacerla feliz y saciar sus
deseos.
Al
nombrar el vacío hago referencia a una sensación generalizada de la juventud,
de no tener un mañana, acompañado de una ruptura de la generación de sus padres
trabajadores y obreros. Las relaciones entre las generaciones en cuanto al
significado de viejo y joven, vejez -juventud, se tornan en caminos distintos, evidentes
disoluciones sociales, familiares, religiosas, económicas, etc.
En
este cuento existe un hombre con nombre “Max”, probablemente su seudónimo, ya que la carencia de Identidad es
clara en la escritura de Bolaño. Max hace parte de un grupo de gigolós,
una de las clases emergentes o grupo social de dicha época, entre tanto una
juventud abanderada exige sus derechos, una juventud con aires de rebeldía.
Esta
mujer, en términos del tiempo, no quiere verse reflejada en el espejo, se
encuentra en un sábado vicioso y triste, con expectativas sin fondo, con
sensación de abandono, y Max, el príncipe de la máquina del tiempo,
acompañándola en su casa bajo los cuadros de España ¡Oh! España, príncipe de buitres.
La pintura de los reyes católicos es una crítica directa a la colonización y la
influencia de la iglesia católica, a la memoria, al miedo, al hieratismo
generacional, a la soledad, a la patria acompañada de una incomprensión del
himno.
La
frase “no podemos contemplar nuestros rostros” más allá de una frase
poética, es una denuncia de la generación sin identidad, sin rostro, sin
nombre, sin un lugar, sin una tierra; circunstancias que dan lugar al
nacimiento de los gánster, por las prohibiciones de los gobiernos, como una salida
a la ilegalidad; tu otro yo, tu imagen se extingue y busca fugas.
*
* *
“El arenero”,
un librito que cabe en la palma de una mano me pareció siniestro, seco, cargado
de recuerdos infantes y aromas que perturban y acompañan la mañana al
despertar. En sus páginas sientes un atisbo de un recuerdo, pero que deja una
sensación de ausencia, de esos recuerdos diluidos, perdidos, con neblina. Un
libro que te lleva por los pasillos de la memoria, hacia el sótano, caminando
en un piso de madera con una vela grasienta entre las manos.
Los
momentos en la bibloestación son bonitos porque entre letra y letra ha nacido
una amistad con Wilson. Inicialmente la conversación se tornaba en el
intercambio de lecturas de libros leídos, de las cosas que no has gustado y las
que no. Una tarde hablábamos sobre el poder de la palabra, y el peligro de ser
poeta, ya que más que oráculos, los poetas guardan un misterio: palabra escrita
y dicha, palabra y acción. Risas llenas de sinestesia, de complicidad, llenas
de Heridas y Ruido.
Del
ruido de las heridas que no se callan en nuestros corazones, en nuestra mente.
Un libro que me acercó al dolor, desde otra mirada; que no está mal llorar
niña, que no está mal sentir dolor, que yo también he perdido mis seres amados
y visto la carne pálida y fría. Pero como te digo amigo Wilson, hasta el sonido
de los perros en el barrio, en las calles, se hace odioso, más bien son
lamentos y quejidos como si los perros tampoco aquí conociesen la esperanza.
“Las heridas del ruido”
es un libro cargado de luto que me acompañó mi propio luto, unos versos que
esperaba escuchar desde hace algún tiempo, viscerales, entrañables,
desgarradores, sinceros; acompañados de unas ilustraciones que son fieles a sus
letras, me sentí alegre de que alguien compartiese conmigo lo que siente, lo
que escribe, alguien que también había sentido que los gritos sucios laceran,
que la noche ensangrentada va amotinada de heridas ruidosas.
Luego
vino el señor Charles Bukowski en “Peleando
a la contra” para terminar de entintarme con el mundo sórdido, un libro sin
asco, cercano en su manera de describir las cosas, la llamada poesía sucia,
limpio mis días. Este libro se aleja de los estereotipos. Un sin número de
veces uno se siente el peor bicho que pueda existir, el señor Charles afirma
que todos somos tal bicho y no hay por qué sentirse mal.
Por
su parte, “Peleando a la contra” no
es un libro fantasioso, me gustó mucho por su sinceridad al denominar a las
cosas como lo son y no usar adornos baratos, ni vendernos una idea de algo. Amé
su trabajo como Cartero: una vida que
nos muestra que no todas las vidas son iguales, que cada persona tiene su
tiempo personal. El Cartero es un
libro sin pretensiones de artista. En él encontré un cómplice del trago que
también descubrí cuando era niña en una fiesta familiar. Una fiesta donde lo
único que se hace es comer papas fritas y bailar.
En esta fiesta me encontraba
en una de esas habitaciones destinadas para los niños, pero que iban
acompañadas de adultos con ciertos dolores del cuerpo y gemidos extraños; tenía
sed, en la mesita de noche había una botellita, oscurita ella, y la bebí, me
supo amargo, que cosa más fea pensé y la gente grande se bebe esa porquería.
Tiempo después descubrí el vino, con ese sí que conocí la embriaguez, gracias
señor Bukowski, por esa complicidad, por esa ebriedad que hallé en sus letras.
Me
despido no sin antes decir que las Bibliotecas en los portales son estaciones
que se pierden en el tiempo en un cuadrito mágico, un vagón para las
letras, porque bien podría seguir escribiendo con cada uno de sus libros y con
cada una de las conversaciones que he tenido en este lugar y como cada uno de éstos ha venido tejiendo en mi vida como si fuesen uno solo.
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