martes, 14 de noviembre de 2017

Desde Bibloestacion Portal 20 de Julio, Radiografía de una lectora...

 Radiografía de una lectora

"Sin bibliotecas, ¿qué nos quedaría?
 No tendríamos pasado ni futuro"
Ray Bradbury

Por Andrea Gutiérrez Velandia
Usuaria Bibloestación Portal 20 de Julio.

Paul Klee fue el primer libro que tomé prestado de la bibloestación del portal 20 de Julio. Una tarde al llegar de la universidad me fijé en la bibloestación, sentí curiosidad y me acerqué a preguntar con deseo de encontrar algo que se acercara a mis intereses. El chico que atendía me dijo que debía llenar el formulario y esperar, así fue, en menos de 15 días ya me encontraba afiliada. Pasó mucho tiempo, quizá cuatro meses, sin que fuese por otro libro pues me acercaba a solicitar libros que requería para la universidad. Poco a poco el espectro se amplió gracias a las recomendaciones de Wilson y a ese pequeño lugar que tiene una muy cuidadosa colección.

Empecé a ir de manera más constante, terminaba un libro, empezaba otro, terminaba otro con ilustraciones bellas y a manera de juego solicitaba uno más. Empecé a sentir que nunca había leído, que no sabía leer, que nunca supe que era la poesía porque las imágenes se encontraban detenidas, muertas, nulas. La palabra para mí había perdido valor de sustancia, de ánimo para mi ser, por el deceso abrupto de un ser amado, mi hermana del alma, prima de carne. Sin embargo, en las palabras de Gérard de Nerval y Federico García Lorca encontré estímulo, y mi soledad se disipó, sentí comunión con otros seres que, a partir de su dolor, de su miedo a la vida misma, de su corazón a pulso, sus letras se tornaban tórridas. Las palabras, aquellas que habían perdido color y fuerza, empezaron a parirse desde mis entrañas fuertemente: poesía, miedo, muerte, soledad, carne y amor. Estás palabras de alguna manera resonaban dentro y fuera del Portal 20 de Julio.

La ubicación de la bibloestación es estratégica pues la mayoría de sus usuarios usamos Transmilenio como medio de transporte. Sin embargo, a pesar de que la bibloestación se encuentra como en una especie de torre de marfil, muchos no la ven porque lo único que llevan en su cuerpo y mente es una carrera dirigida hacía el alimentador. Allí me encontré con Wilson quien es una persona cálida, con una conversación que teje sensaciones y conocimiento cuyo aporte va mucho más allá de la entrega de un libro.

“Putas asesinas” me acompañó por 20 días en los que encontré cotidianidad, evocando los paseos familiares, encontrando una generación con un cuerpo social cansado, un cuerpo vacío que se llena con la televisión, la abundancia de la publicidad, el bombardeo de imágenes saturadas de mentira y de necesidades innecesarias.

Existe una influencia cultural por los años 1960 manifiesta en la televisión. El deseo no se ve reflejado en el arte, sino en las necesidades o la producción masiva del “deseo” a través de productos para estar mejor o ser “feliz”. Una mujer encuentra en la televisión el prototipo aún patriarcal de su príncipe azul, ligado claro a la producción en serie que los años posteriores a la primera guerra mundial atomizó. Un príncipe azul que le protegerá de todos los daños y perjuicios de una sociedad acelerada y descontenta. En “Putas asesinas” encontré muchas imágenes de la TV, que han acompañado nuestras familias, nuestras vidas, e incluso lo más íntimo de los seres.

Es interesante visualizar cómo a través de la televisión una mujer siente que puede hacer real su imaginario, hasta lo más íntimo de su ser, observando a un tipo con cuerpo bello y ojos sin profundidad, (sin futuro), porque nada es profundo y todo está vacío, un hombre que puede hacerla feliz y saciar sus deseos.

Al nombrar el vacío hago referencia a una sensación generalizada de la juventud, de no tener un mañana, acompañado de una ruptura de la generación de sus padres trabajadores y obreros. Las relaciones entre las generaciones en cuanto al significado de viejo y joven, vejez -juventud, se tornan en caminos distintos, evidentes disoluciones sociales, familiares, religiosas, económicas, etc.

En este cuento existe un hombre con nombre “Max”, probablemente su seudónimo, ya que la carencia de Identidad es clara en la escritura de Bolaño. Max hace parte de un grupo de gigolós, una de las clases emergentes o grupo social de dicha época, entre tanto una juventud abanderada exige sus derechos, una juventud con aires de rebeldía.

Esta mujer, en términos del tiempo, no quiere verse reflejada en el espejo, se encuentra en un sábado vicioso y triste, con expectativas sin fondo, con sensación de abandono, y Max, el príncipe de la máquina del tiempo, acompañándola en su casa bajo los cuadros de España ¡Oh! España, príncipe de buitres. La pintura de los reyes católicos es una crítica directa a la colonización y la influencia de la iglesia católica, a la memoria, al miedo, al hieratismo generacional, a la soledad, a la patria acompañada de una incomprensión del himno.

La frase “no podemos contemplar nuestros rostros” más allá de una frase poética, es una denuncia de la generación sin identidad, sin rostro, sin nombre, sin un lugar, sin una tierra; circunstancias que dan lugar al nacimiento de los gánster, por las prohibiciones de los gobiernos, como una salida a la ilegalidad; tu otro yo, tu imagen se extingue y busca fugas.

* * *
“El arenero”, un librito que cabe en la palma de una mano me pareció siniestro, seco, cargado de recuerdos infantes y aromas que perturban y acompañan la mañana al despertar. En sus páginas sientes un atisbo de un recuerdo, pero que deja una sensación de ausencia, de esos recuerdos diluidos, perdidos, con neblina. Un libro que te lleva por los pasillos de la memoria, hacia el sótano, caminando en un piso de madera con una vela grasienta entre las manos.

Los momentos en la bibloestación son bonitos porque entre letra y letra ha nacido una amistad con Wilson. Inicialmente la conversación se tornaba en el intercambio de lecturas de libros leídos, de las cosas que no has gustado y las que no. Una tarde hablábamos sobre el poder de la palabra, y el peligro de ser poeta, ya que más que oráculos, los poetas guardan un misterio: palabra escrita y dicha, palabra y acción. Risas llenas de sinestesia, de complicidad, llenas de Heridas y Ruido.

Del ruido de las heridas que no se callan en nuestros corazones, en nuestra mente. Un libro que me acercó al dolor, desde otra mirada; que no está mal llorar niña, que no está mal sentir dolor, que yo también he perdido mis seres amados y visto la carne pálida y fría. Pero como te digo amigo Wilson, hasta el sonido de los perros en el barrio, en las calles, se hace odioso, más bien son lamentos y quejidos como si los perros tampoco aquí conociesen la esperanza.

“Las heridas del ruido” es un libro cargado de luto que me acompañó mi propio luto, unos versos que esperaba escuchar desde hace algún tiempo, viscerales, entrañables, desgarradores, sinceros; acompañados de unas ilustraciones que son fieles a sus letras, me sentí alegre de que alguien compartiese conmigo lo que siente, lo que escribe, alguien que también había sentido que los gritos sucios laceran, que la noche ensangrentada va amotinada de heridas ruidosas.

Luego vino el señor Charles Bukowski en “Peleando a la contra” para terminar de entintarme con el mundo sórdido, un libro sin asco, cercano en su manera de describir las cosas, la llamada poesía sucia, limpio mis días. Este libro se aleja de los estereotipos. Un sin número de veces uno se siente el peor bicho que pueda existir, el señor Charles afirma que todos somos tal bicho y no hay por qué sentirse mal.

Por su parte, “Peleando a la contra” no es un libro fantasioso, me gustó mucho por su sinceridad al denominar a las cosas como lo son y no usar adornos baratos, ni vendernos una idea de algo. Amé su trabajo como Cartero: una vida que nos muestra que no todas las vidas son iguales, que cada persona tiene su tiempo personal. El Cartero es un libro sin pretensiones de artista. En él encontré un cómplice del trago que también descubrí cuando era niña en una fiesta familiar. Una fiesta donde lo único que se hace es comer papas fritas y bailar. 

En esta fiesta me encontraba en una de esas habitaciones destinadas para los niños, pero que iban acompañadas de adultos con ciertos dolores del cuerpo y gemidos extraños; tenía sed, en la mesita de noche había una botellita, oscurita ella, y la bebí, me supo amargo, que cosa más fea pensé y la gente grande se bebe esa porquería. Tiempo después descubrí el vino, con ese sí que conocí la embriaguez, gracias señor Bukowski, por esa complicidad, por esa ebriedad que hallé en sus letras.

Me despido no sin antes decir que las Bibliotecas en los portales son estaciones que se pierden en el tiempo en un cuadrito mágico, un vagón para las letras, porque bien podría seguir escribiendo con cada uno de sus libros y con cada una de las conversaciones que he tenido en este lugar y como cada uno de éstos ha venido tejiendo en mi vida como si fuesen uno solo.

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