miércoles, 30 de octubre de 2013

En búsqueda de lectores apasionados



Este escrito surgió como reflexión de un taller de lectura con estudiantes de Pedagogía Infantil de la Unipanamericana, en el Paradero Paralibros Paraparques de Teusaquillo

Por: Ángela Valeria Dimaté
Promotora de lectura parque Unipanamericana


En búsqueda de lectores apasionados

La lectura no tiene método forzoso. Sin embargo cada lector aficionado, y sobre todo cada promotor de lectura, tiene una idea fija de cómo los demás deberían leer. Suena impositivo este “deberían” puesto que la lectura, cuando se ama, nace de un acto de libertad. Estoy de acuerdo con esto y lo defiendo, pero no puedo evitar volverme recelosa con la lectura que simplemente se consume. Conozco a muchos lectores para los cuales el libro es un organismo que respira y sin el cual no pueden vivir, y leen desaforadamente sin darse tiempo a explorarlo, cuestionarlo, crearlo otra vez, reencontrarlo. Algo como lo que le sucede a Enrique en “El increíble niño comelibros” de Oliver Jeffers, editado por el Fondo de Cultura Económica –FCE–, quien desea tener tanto conocimiento que no se da tiempo de masticarlo y simplemente lo traga. 

Si hay lectores como Enrique en los PPP, en el Centro de Lectura del Bronx, en los Hospitales con planes de lectura o en las Bibloestaciones, la inquietud y la pasión más esenciales bullen allí dentro. Pero son la relectura, el arrojo al viaje de retorno, a la investigación curiosa de la disposición de palabras, frases y párrafos; es la pregunta por el ser de un libro en particular y por el modo en que ese ser se manifiesta, por cómo está escrito, qué narrador nos brinda información o la oculta (convirtiendo la literatura en revolución), aquellos lugares en que nacemos de nuevo puesto que encontramos a un yo antes oculto por medio de la develación de las intimidades de un libro. 

 
Motivos para leer, Martín Kohan (escritor y lector argentino) 

Hace poco, en un taller de lectura realizado en un colegio distrital, leyendo con un sexto “La caída de la casa Usher” de Edgar Allan Poe, un estudiante reclamó porque estábamos haciendo demasiadas preguntas al cuento. Él lo justificó diciendo que
le daba pereza pero, en el fondo, no había encontrado nunca que de hacerle preguntas a un libro, resultara una experiencia enriquecida y profunda, tan emocionante –o más– como salir a jugar fútbol en la hora de descanso. Esto que digo acá no es nuevo, ya lo dijeron Nietzsche y Estanislao Zuleta, lo practicaron Aristóteles y Platón en sus escritos hace veintiséis siglos, lo trabajan experimentados promotores de lectura como Yolanda Reyes, Liliana Moreno, Irene Vasco, más de 50 promotores de lectura de Fundalectura, y muchos más en todo Colombia, que nos cuestionamos en la práctica y al cerrar nuestro punto de lectura por el ser y el hacer de la lectura. Y si lo sabemos ¿por qué no lo ponemos en práctica siempre? 

Ya que menciono a Zuleta y recuerdo, como ustedes lo harán, su “Elogio de la dificultad”, podemos decir con certeza que no es fácil. Si queremos promover una experiencia de lectura crítica y al tiempo deliciosa, primero tenemos que ser lectores críticos que se deleitan con los libros a fondo. Luego es preciso que cuestionemos la metodología de talleres y actividades, porque una cosa es que cada uno descubra una forma personal de leer con método, y otra es transmitirla, compartirla y recrearla sin que se convierta en una camisa de fuerza. Ese momento es cuando el lector se convierte no sólo en mediador sino en promotor de lectura, cuando explora y suaviza el límite entre su experiencia personal y la posible experiencia de los otros; es cuando descubre en la biblioteca pública en un espacio no convencional la oportunidad de lo comunitario en la pasión sin fin que siente por los libros.

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