El
Maniquí
Wilson Guillermo Díaz Rodríguez
Promotor de la Bibloestación Portal 20 de Julio
vemos
ahora a la sombra disfrazarse de ser.
Adelbert Von
Chamisso
Mi
nombre es Vladimir Hitzing. Visto de abrigos largos de piel, con cordones
cerrados, y heredé de mi padre varios maniquíes, él los fabricaba. Mi abuelo llamaba
a los abrigos Kurtka porque eran de
origen polaco-ruso, él era militar en un principio. Cada vez que, especialmente
en las noches, he cerrado la tienda de vestidos, contemplo la fisionomía de los
maniquíes con sus rostros suaves, perfectos, sensuales y procedo a vestirlos
para que, en la mañana, al volver a abrir la tienda, luzcan elegantes,
atrevidos como si desafiaran las miradas de los espectadores cuando cruzan
frente a las vitrinas.
Los
maniquíes se encuentran en un salón enorme, de espaldas a unas cortinas de
color naranja en donde están tres cabezas, tres manos, cuatro pies
desportillados, sus dedos chocan con las baldosas de figuras octagonales,
circulares y triangulares. Los codos de todos los maniquíes conservan la
referencia del envío. Su número es el veinte y está tachado con una tinta
violeta. Cada uno de ellos lleva en la mitad de sus cejas pintadas un agujero
pequeño pero profundo. A veces tengo la impresión de que al abrir la reja del
almacén y prender la lámpara, el agujero iluminará las cabezas de
espejuelo.
La
luz lunar es mi única compañía y las sombras de estos cuerpos, imponentemente
majestuosos que fijan su mirada inmóvil en las canicas negras que colecciono de
niño y guardo celosamente en una cajita de terciopelo, me intimidan.
Solo
hay un maniquí que detesto y cada tres semanas le cambio su abrigo viejo,
pulgoso y agrietado. A él lo he denominado El
quebrado. Tiene un parecido con el labio inferior de mi boca torcida que
expresa un gesto de agresión. Su cuello es corto, igual que el mío. Tiene unas
protuberancias en la frente que parecen chichones y le falta el dedo meñique
del pie izquierdo que perdió en un trasteo. El mío lo perdí porque un pie de
hierro cayó justamente en él.
El quebrado se
ha convertido en mi maldita herencia. Veo asomar sus muertos ojos entre las
arrugadas esperanzas de mi vida. Es el lastre de mis sueños y cuando estoy en
lo profundo del sueño, él aparece vistiéndome con un abrigo de sombra, lo
cepilla con delicadeza, lo perfuma y después me alza y me deja en el centro de
una vitrina rota.
Cuando
esculco los cajones del armario, buscando el costurero para pegar los botones
de algunos abrigos, siento que él arrastra mi sombra y la oculta detrás de las
repisas del taller. A veces tengo la necesidad de arrojarlo a la caneca y tengo
la certeza que lo hice, pero él vuelve a aparecer en el lugar de siempre, con
su labio torcido y su olor de muerte y me susurra acertijos de piedra en mis
largas orejas. El quebrado no tiene orejas,
mi padre quizás ignoró fabricarlas. Tampoco le hacen falta: oye muy bien cuando
el reloj de pared marca las doce del día y su cabeza gira lentamente
anunciándome que ha llegado el momento de recoger la correspondencia de mis
clientes.
Hace
poco tomé la decisión de concederle un lugar a su sombra y colocar su cuerpo de
yeso a espaldas, mirando los pedazos de prótesis que mi padre abandonó por el
cansancio de sus últimos días. En ciertas ocasiones he sentido que mis piernas
son ajenas o extrañas a mi cuerpo y cuando corro desesperadamente al espejo para
encontrarlas, el reflejo de El quebrado,
sin su cuello, aparece con mis piernas, se ríe de mí, así lo insulte, y cuando
me volteo con la decisión de agarrarlo, desaparece.
-
¡¿Dónde están tus ojos
Vladimir Hitzing?! tus ojos azul claro como las aguas cristalinas del océano. A
quién has entregado tus ojos, hombre de rostro quebrado.
Un
extrañamiento o un desvío óptico han sufrido mis pupilas. El azul claro de mis
ojos se ha tornado oscuro, es negro como el abismo de mis canicas. Siento mis
ojos de piedra de cristal, con un diminuto iris ensangrentado. Mis canicas de
color azabache ya no se encuentran en la cajita. Todos los maniquíes notan mi
angustia, me observan, me precipitan al sueño. No logro cerrar mis ojos, siento
como si hasta ahora reconocieran mí desordenado rostro.
-¡Tus
ojos Vladimir Hitzing se divorciaron de ti. Ahora vagan en el terciopelo
escondidos entre los cajones del armario. Me posee el otro, ni siquiera tengo
mi chaleco de cuero. Esta maldita herencia me devora, me castiga.
-
¡Mis ojos! ¿Dónde están mis ojos? Tú El
quebrado, devuélveme mis labios, mis piernas y mi visión. Me tropiezo con
todos los maniquíes. Estoy ciego dentro de mí y mi propia sombra ya no me
reconoce, me esquiva, le causo asco.
Maldito
Quebrado te voy a desterrar, ¡ay que
te encuentre! vas a salir arrastrándote porque voy a mutilar tus piernas.
*
Vladimir
Hitzing entra en un estado de trastorno, no logra equilibrar sus pensamientos y
menos, sus acciones. Es otro cuerpo más que se está opacando, entre la sombra
de su propio ser. Su cuerpo se derrumba y cae en la poltrona roja y antigua que
compró en el anticuario de su primo Leroux.
Entra
en un agotamiento nervioso, su brazo izquierdo queda inmóvil, y una ligera
actuación hace que convulsione y que sus piernas empiecen a torcerse como el
vidrio doblado en la hoguera. Sus ojos cambian de dirección hacia el precipicio
del delirio. Grita, y el espectáculo del dolor poseído por agujas danzantes,
entre la ruindad de su actuación, lo empuja hacia el deseo de imaginar que su
brazo derecho es un pene cortado que busca manchar, eyacular dentro de su voz
claveteada.
Su
mirada se cristaliza y del fondo de su alma sale un grito melancólico e
hipocondríaco que queda suspendido en la comisura de sus labios. Viste el abrigo
agrietado de El quebrado. Varias
protuberancias empiezan a asomarse fuera de su frente. De repente su mirada
cristalizada observa hacia un rincón y una luz entre sombras avisa su
disfrazado ser. El quebrado asoma su
cabeza y camina con lentitud hacia el cuerpo inmóvil de Vladimir Hitzing.
Al
tenerlo muy cerca, los pensamientos de Vladimir Hitzing le dicen que El quebrado tiene sus ojos. Hitzing
protesta negando lo que ven ahora sus ojos negros. Pero cuando nota que el azul
claro lo llama, se estremece.
Las
condiciones en que aparece El quebrado
son sorprendentes. Viste el Kurtka
más elegante que se haya visto. Cada pliegue del cuello adorna de brillo su
costura y los botones impecables y dorados traslucen una sensación imantada de
poder. El quebrado posee un ser
diferente en su anterior, su rostro es joven, bello, con una curvatura fina que
termina en una línea atractiva.
Y
sus ojos son de un azul claro que cambia a verde, a gris, cuando golpea la
cajita de terciopelo. Su mirada es fija y profunda y cumple la característica
de los ojos malévolos.
Sí,
Vladimir Hitzing, tus ojos desdoblados ahora lucen dentro de un maniquí que
gira y gira cada vez que tu lamento se acrecienta. Vemos a tu sombra
disfrazarse con otro ser. Y tú has perdido la cordura, la razón y tu sombra.
Tan solo eres un ser con ojos de piedra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario