domingo, 26 de marzo de 2017

Desde la Bibloestación Portal 20 de Julio, nos comparten

El Maniquí 

Wilson Guillermo Díaz Rodríguez
Promotor de la Bibloestación Portal 20 de Julio


Los que hemos concedido un ser a la sombra,
vemos ahora a la sombra disfrazarse de ser.
Adelbert Von Chamisso

   Mi nombre es Vladimir Hitzing. Visto de abrigos largos de piel, con cordones cerrados, y heredé de mi padre varios maniquíes, él los fabricaba. Mi abuelo llamaba a los abrigos Kurtka porque eran de origen polaco-ruso, él era militar en un principio. Cada vez que, especialmente en las noches, he cerrado la tienda de vestidos, contemplo la fisionomía de los maniquíes con sus rostros suaves, perfectos, sensuales y procedo a vestirlos para que, en la mañana, al volver a abrir la tienda, luzcan elegantes, atrevidos como si desafiaran las miradas de los espectadores cuando cruzan frente a las vitrinas.
   Los maniquíes se encuentran en un salón enorme, de espaldas a unas cortinas de color naranja en donde están tres cabezas, tres manos, cuatro pies desportillados, sus dedos chocan con las baldosas de figuras octagonales, circulares y triangulares. Los codos de todos los maniquíes conservan la referencia del envío. Su número es el veinte y está tachado con una tinta violeta. Cada uno de ellos lleva en la mitad de sus cejas pintadas un agujero pequeño pero profundo. A veces tengo la impresión de que al abrir la reja del almacén y prender la lámpara, el agujero iluminará las cabezas de espejuelo.  
   La luz lunar es mi única compañía y las sombras de estos cuerpos, imponentemente majestuosos que fijan su mirada inmóvil en las canicas negras que colecciono de niño y guardo celosamente en una cajita de terciopelo, me intimidan.
   Solo hay un maniquí que detesto y cada tres semanas le cambio su abrigo viejo, pulgoso y agrietado. A él lo he denominado El quebrado. Tiene un parecido con el labio inferior de mi boca torcida que expresa un gesto de agresión. Su cuello es corto, igual que el mío. Tiene unas protuberancias en la frente que parecen chichones y le falta el dedo meñique del pie izquierdo que perdió en un trasteo. El mío lo perdí porque un pie de hierro cayó justamente en él.
   El quebrado se ha convertido en mi maldita herencia. Veo asomar sus muertos ojos entre las arrugadas esperanzas de mi vida. Es el lastre de mis sueños y cuando estoy en lo profundo del sueño, él aparece vistiéndome con un abrigo de sombra, lo cepilla con delicadeza, lo perfuma y después me alza y me deja en el centro de una vitrina rota.
   Cuando esculco los cajones del armario, buscando el costurero para pegar los botones de algunos abrigos, siento que él arrastra mi sombra y la oculta detrás de las repisas del taller. A veces tengo la necesidad de arrojarlo a la caneca y tengo la certeza que lo hice, pero él vuelve a aparecer en el lugar de siempre, con su labio torcido y su olor de muerte y me susurra acertijos de piedra en mis largas orejas. El quebrado no tiene orejas, mi padre quizás ignoró fabricarlas. Tampoco le hacen falta: oye muy bien cuando el reloj de pared marca las doce del día y su cabeza gira lentamente anunciándome que ha llegado el momento de recoger la correspondencia de mis clientes.
   Hace poco tomé la decisión de concederle un lugar a su sombra y colocar su cuerpo de yeso a espaldas, mirando los pedazos de prótesis que mi padre abandonó por el cansancio de sus últimos días. En ciertas ocasiones he sentido que mis piernas son ajenas o extrañas a mi cuerpo y cuando corro desesperadamente al espejo para encontrarlas, el reflejo de El quebrado, sin su cuello, aparece con mis piernas, se ríe de mí, así lo insulte, y cuando me volteo con la decisión de agarrarlo, desaparece.
-          ¡¿Dónde están tus ojos Vladimir Hitzing?! tus ojos azul claro como las aguas cristalinas del océano. A quién has entregado tus ojos, hombre de rostro quebrado.
   Un extrañamiento o un desvío óptico han sufrido mis pupilas. El azul claro de mis ojos se ha tornado oscuro, es negro como el abismo de mis canicas. Siento mis ojos de piedra de cristal, con un diminuto iris ensangrentado. Mis canicas de color azabache ya no se encuentran en la cajita. Todos los maniquíes notan mi angustia, me observan, me precipitan al sueño. No logro cerrar mis ojos, siento como si hasta ahora reconocieran mí desordenado rostro.
   -¡Tus ojos Vladimir Hitzing se divorciaron de ti. Ahora vagan en el terciopelo escondidos entre los cajones del armario. Me posee el otro, ni siquiera tengo mi chaleco de cuero. Esta maldita herencia me devora, me castiga.
   - ¡Mis ojos! ¿Dónde están mis ojos? Tú El quebrado, devuélveme mis labios, mis piernas y mi visión. Me tropiezo con todos los maniquíes. Estoy ciego dentro de mí y mi propia sombra ya no me reconoce, me esquiva, le causo asco.
   Maldito Quebrado te voy a desterrar, ¡ay que te encuentre! vas a salir arrastrándote porque voy a mutilar tus piernas. 

*
   Vladimir Hitzing entra en un estado de trastorno, no logra equilibrar sus pensamientos y menos, sus acciones. Es otro cuerpo más que se está opacando, entre la sombra de su propio ser. Su cuerpo se derrumba y cae en la poltrona roja y antigua que compró en el anticuario de su primo Leroux.
   Entra en un agotamiento nervioso, su brazo izquierdo queda inmóvil, y una ligera actuación hace que convulsione y que sus piernas empiecen a torcerse como el vidrio doblado en la hoguera. Sus ojos cambian de dirección hacia el precipicio del delirio. Grita, y el espectáculo del dolor poseído por agujas danzantes, entre la ruindad de su actuación, lo empuja hacia el deseo de imaginar que su brazo derecho es un pene cortado que busca manchar, eyacular dentro de su voz claveteada.
   Su mirada se cristaliza y del fondo de su alma sale un grito melancólico e hipocondríaco que queda suspendido en la comisura de sus labios. Viste el abrigo agrietado de El quebrado. Varias protuberancias empiezan a asomarse fuera de su frente. De repente su mirada cristalizada observa hacia un rincón y una luz entre sombras avisa su disfrazado ser. El quebrado asoma su cabeza y camina con lentitud hacia el cuerpo inmóvil de Vladimir Hitzing.
   Al tenerlo muy cerca, los pensamientos de Vladimir Hitzing le dicen que El quebrado tiene sus ojos. Hitzing protesta negando lo que ven ahora sus ojos negros. Pero cuando nota que el azul claro lo llama, se estremece.
   Las condiciones en que aparece El quebrado son sorprendentes. Viste el Kurtka más elegante que se haya visto. Cada pliegue del cuello adorna de brillo su costura y los botones impecables y dorados traslucen una sensación imantada de poder. El quebrado posee un ser diferente en su anterior, su rostro es joven, bello, con una curvatura fina que termina en una línea atractiva.
   Y sus ojos son de un azul claro que cambia a verde, a gris, cuando golpea la cajita de terciopelo. Su mirada es fija y profunda y cumple la característica de los ojos malévolos.
   Sí, Vladimir Hitzing, tus ojos desdoblados ahora lucen dentro de un maniquí que gira y gira cada vez que tu lamento se acrecienta. Vemos a tu sombra disfrazarse con otro ser. Y tú has perdido la cordura, la razón y tu sombra. Tan solo eres un ser con ojos de piedra.

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