viernes, 2 de enero de 2015

REcomendado de hoy: El dueño de la luz

Desde el PPP Unipanamericana nos recomiendan

El dueño de la luz

Por: María Angélica Plata
Promotora de lectura PPP Unipanamericana

Título: El dueño de la luz (cuento warao)
Recopiladora: Ivonne Rivas
Ilustradora: Irene Savino
Editorial: Ediciones Ekaré
Ciudad: Caracas
Año: 2004 (octava edición)

La colección "Narraciones indígenas" de Ediciones Ekaré, reúne cuentos y leyendas de diferentes culturas indígenas de Venezuela. De esta, he tenido la oportunidad de leer El burrito y la tuna —que se encontraba en la pasada colección del paradero— y El cocuyo y la mora —que se encuentra en la presente colección. Ahora me acerco con feliz asombro a El dueño de la luz, relato de la etnia warao —habitantes de los caños y las islas del Delta del Orinoco venezolano— compartido por Erasmo Sánchez, recopilado por Ivonne Rivas y mágicamente ilustrado por Irene Savino.

No había oído hablar de los warao. ¿Ustedes sí? Esta palabra sonora significa «gente de canoa» y alude al lugar fundamental que ocupa la embarcación (también llamada «curiara») en la vida de los habitantes del Delta.

El asombro y la curiosidad impulsan a tejer historias que hagan familiar aquello que nos es extraño, que nos permitan comprender o descifrar lo que se escapa de nuestro entendimiento. El dueño de la luz nos habla del origen del día y de la noche, del surgimiento y movimiento del sol y de la luna y de la importancia de la luz en la vida de los seres humanos... desde la mirada particular de los warao.

Un padre y sus dos hijas protagonizan esta historia. También un joven —dueño de la luz—, un ciervo y un morrocoy. Asimismo, otros warao en sus curiaras, «torotoros» ("bellas cajas tejidas"), la palma moriche (considerada como "el árbol de la vida") y su fruto, los palafitos, los mangles...

Esperando que se animen a acercarse a este texto, comparto con ustedes sus primeros versos:

En un principio,
la gente vivía en la oscuridad.
Los warao buscaban
los frutos del moriche en tinieblas
y preparaban yuruma
a la luz de la candela.
En ese entonces, no existía

ni el día ni la noche.

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