miércoles, 27 de agosto de 2014

Como mi gato

Hoy compartimos un texto  de la Asistente de Coordinación de Programas en espacios no convencionales, en él se nos permite habitar en otra piel, la piel del gato. Porque a la larga ¿quién no ha querido tener la libertad, la independencia y la autonomía de estos felinos?


Como mi Gato


Ana Pavlova Peñuela
Asistente de coordinación de programas en espacios no convencionales


Muchas veces, al cerrar los ojos e irme a dormir, empiezo a pensar que me gustaría ser como mi gato. Tener la posibilidad de asumir el mundo como viene, sin afanes, sin angustias y con la serenidad que solamente tener 9 vidas puede dar. Y es que pensar en esa utopía, produce en mí una sensación placentera de poder hacer casi todo, lo inalcanzable, lo inesperado, lo más arriesgado.

Vagabundear en las noches sin ser percibida, con ese andar sigiloso, altivo y elegante, envuelta en esa tibia y suave piel color negro que a algunos embruja y a otros aterra; poder ingresar casi de manera morbosa a la intimidad de la noche y sus actores sin ser detectada, permitiéndome conocer el verdadero rostro tras las máscaras que veo cada día en mi condición humana y por ende vulnerable. 

Ser dueña de tejados, altillos y cornisas, recorrer cada ventana, abierta o cerrada y esculcar con mis enormes ojos verdes desplegados por la oscuridad dentro de esas vidas ajenas durante el día, pero que son mías cada noche y cada amanecer, porque solo esas sigilosas patitas me permiten deslizarme hasta lo más profundo de sus almas y quizás de sus pensamientos.

La noche y su complicidad me permiten dejar salir de manera natural e instintiva esa personalidad casi salvaje que todos llevamos dentro, al defender mi territorio o quizás al cazar alguna rata desprevenida que pase por ahí, mimetizarme como un camaleón en alguno de los tejados, preparando el ataque y lanzarme sobre ella de un zarpazo, enterrando fría y casi despiadadamente mis afilados colmillos hasta escuchar ese último susurro que anuncia que ya no hay ni un hilo de vida en ese pequeño cuerpo.

Y que decir de esa virtud algo egoísta que tiene de amarse incondicionalmente por encima de cualquier cosa, y después si, entregar su cariño. Y es que esta condición le permite a un gato inmiscuirse medida y sistemáticamente sin entregarse del todo a sus sentimientos, pero sin dejar de recibir ese amor que tanto le motiva y sin negarlo, cuando él quiere claro está, porque su paciencia para recibir caricias y apapachos tiene muy corta duración. 

Ese sería talvez uno de los encantos que más me gustaría tener, porque además me permitirá continuar amando eternamente pero sin ninguna pretensión, con la seguridad de que si algún día ya no está, me sacudiré y seguiré adelante cazando, saltando y amándome tal como lo hace mi gato cada mañana cuando salgo a trabajar.

Si, definitivamente ser un gato es una posición egocéntrica, egoísta y bastante orgullosa, pero que podemos hacer, creo que la naturaleza los dotó con algo que muy pocos seres en el mundo tienen y es ser dueños de su vida como les dé la gana y como si fuera poco caer siempre de pie.

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