De nuevo nos acompaña Fernando Rojas, usuario del paradero de La Candelaria con otro de sus cuentos, que quiso compartir con nosotros.
Manicomio senil (Aurorita)
Por: Fernando Rojas
“A la salud mental le conviene una rendija de infidelidad, una válvula de escape para el agobio demasiado intenso de la convivencia.
No te embeleses en la fantasía pero no te cercenes de toda fantasía.”
(Héctor Abad F. Tratado de culinaria para mujeres tristes)
Leí ese párrafo en el moridero para viejitos a donde fui a parar reemplazando a un hermano que se murió ahí. Y ahí conocí a Aurorita, una viejita sexagenaria y linda a quien la fantasía me la hizo más linda aunque solo con su pelo rubio y sus ojos azules. Aurorita no sonreía nunca, ni siquiera cuando la visitaban sus hijos o familiares que llegaban con flashes digitales ordenándole: Aurorita, ¡sonría! Y ¡flash! Y nada. Los hijos se despedían quizá más deprimidos que ella. Aurorita no saludaba, solo miraba tristemente y lloraba en silencio.
Cuando supe que se llamaba Aurora, la llame con unos ¡buenos días Aurorita! Me miró con su carita triste y como siempre, no dijo nada, pero me sonrió ¡me sonrió! Desde ese día fuimos buenos amigos: yo con mis buenos días Aurorita y ella con su sonrisa triste, y así y así, sin hablar nada.
A Aurorita, considerada en el moridero la más loca de todos, porque salía a pasear su silencio y su llanto por toda la casa. La encerraban en su cuarto todas las noches con candado, en la puerta que quedaba justamente frente a la de la pieza mía, pero una noche a los cuida viejitos se les olvidó lo del candado. Aurorita aprovechó: salió a pasear su tristeza (y su deseo, digo ahora), llegó hasta mi cama y se acostó a mi lado; me desconcerté por temor a los loqueros, que tenían rotundamente prohibidas las relaciones sexuales en el ancianato.
Esta prohibición fue la chispa que se volvió fuego y Aurorita y yo, sin querer pero queriendo, ella apaciguando su deseo y yo, por llevar la contraria, hicimos el amor.
Al otro día, como se esperaba (y yo lo deseaba) nos regañaron severamente, hasta me acusó el director de violador; yo me defendí diciendo que ella me violó primero y que además gracias al sexo Aurorita ya sonríe y no llora ¿y porque no cambia de terapia señor Director? El tipo (tan preparado él en cuidar ancianos) se puso furioso, me dio plata para que fuera a buscar putas y me echó de la casa.
Aurorita se quedó otra vez llorando mirándome salir con sus ojazos azules, pero esta vez no estaba triste: también miraba al director furiosa. Ella, la sexagenaria (¿o sexigenaria?) si estaba loca, por falta de amor.
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