Gajes del oficio o dicho de otro modo: Pre-ocuparse
Ximena Martínez
Promotora de lectura PPP Fundacional
Esta
historia no tiene inicio ni final. O más bien, tiene infinitos inicios y
finales, todos dándose al mismo tiempo. Pienso que desde que soy promotora de
lectura concibo de otra manera el tiempo. ¡El tiempo! ¡Qué vaina tan rara!
Mientras un chico agarra un libro, lo siente, lo palpa, otro, al mismo tiempo,
está recorriendo las líneas de la mitad del libro, abriéndose la cabeza y
adentrándose a un nuevo mundo, y otro, otro, está cerrando el libro, con un
suspiro que no suena, con la respiración honda porque una palabrita le recordó
a su abuelo, a su mamá, o a sí mismo, o lo hizo pensar ¿quién soy yo mismo?, y
otro, otro, puede que no haya sentido nada profundo, claro, ¡pero amó la
ilustración!, el juego del color, las formas, y quién dice, ¿quién dice que esto
no es profundo? ¿Usted? ¿Yo?
Todo en
milisegundos. Un instantáneo caos de multiplicidad. ¡Que vaina tan bonita! Como
soy una promotora y escritora en proceso de formación, constante, a veces
confusa, a veces dolorosa, me preocupo. Y odio el verbo. ¿Preocuparse?
Pre-ocuparse. Ocuparse de algo antes de su debido tiempo, anticiparse, muchas
veces, de una forma angustiosa. Y sí, sí, me preocupan mis lectores. Porque, en
este año (recién cumplido) como promotora, sé que hay niños que llegan a mi P
sin desayunar, sin haber tenido la oportunidad de compartir con sus padres un
momento de calidad en la rutina rutinaria de los días que pasan. Por su parte, los padres
que (otra vez, ¡qué ironía!) se pre-ocupan por trabajar y pagar deudas, descuidan el afecto, el tiempo que podrían pasar juntos
y lo reducen, le restan, lo dividen, cada vez más, a una cifra infinitesimal,
chiquita, chiquitita. El chico me mira, a mí, y lee, y agarra el libro con sus
manitas (también infinitesimales) y yo me encargo de hacerle olvidar todo, y le
presto mi voz y escucho sus disparates (que también me hacen olvidar todo a mí
y mis preocupaciones egoístas, personales, individuales, individualísimas) y
entonces me divierto.
Y pasa, y me pre-ocupo de nuevo, porque el señor
de los
helados, tiene cincuenta y aun no sabe leer. Me pre-ocupo, porque según yo, la
academia, y el mundo viciado por la academia, saber leer las palabras del
texto, los amasijos de letras que llamamos párrafos, o versos, solo se da de la
forma en que entiende el significado, la semántica de cada palabrita puesta,
solo se da en cuanto no titubea cuando lee en voz alta, y lee de corrido, sin
equivocarse y no confunde la "o" con la "a" y luego nos
cuenta de qué va el texto. Y me preocupo. Pero entonces, descubro que
intentando enseñarle a leer, a él, a don Humberto, él ya sabe. Él lee el mundo.
Y me lee a mí. Y tiene el don del teatro, y entonces lee gestos y los repite,
los replica, y grita y habla (muy gracioso, por cierto) e imita acentos y crea
personajes... entonces, ya sabe leer.
Entonces me pre-ocupo de nuevo, porque yo
creía que leer era éso, lo de la academia, lo que nos dicen siempre, que la c y
la h juntas suenan "ssschh", entonces yo leo "chasquido" y
es así. Y no. Y entonces, me preocupo, de nuevo, ¡qué manía la mía!, ¿por qué
entonces para qué estoy yo?, si presto mi voz, si presto mis dedos para señalar
las palabras, las ilustraciones, si presto mi vida y así la vivo, siendo
promotora de lectura, ¿qué es leer? ¿cómo leemos el mundo? ¿cómo te leo a ti?
¿cómo leo tu historia? ¿cómo nos leemos? ¿cómo nos pre-ocupamos todos? ¿qué
estilo prefieres de pre-ocupación? ¿frunces el ceño? ¿te quedas en silencio?
¿haces como si nada pasara? ¿le hablas a tus vecinos, cualquier día, y le
cuentas el porqué de tu preocupación?
¿Me
lees? ¿Me pre-ocupas?
Entonces
el tiempo y el sujeto son distintos, o son la misma vaina, pero hechos de
particularidades, de historias pequeñitas, del día en el parque, del versito
que me leí un día y no entendí pero me quedó sonando, de la promotora que
conocí en la P Fundacional y me enseñó a des-preocuparme o disfrutar de lo
pre-ocupado que estoy, y vivir, y leerme la vida porque sino la leo, así sea en
voz bajita, ¿para qué la quiero? Y
entonces, me revelo, o emancipo, o libero, o cualquier sinónimo que elija, de
creer que mi historia no es válida, de que yo no sé leer, de que yo estoy solo,
de que no cuento, no importo... y me releo, y me descifro, y me encuentro
válido, valioso, asombroso ¡y tan libre!, leyendo libros, leyendo el mundo:
¡librísimo!
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